Cuando alguien dice «[adjetivo] no, lo siguiente»…

Como por ejemplo:

– ¿Qué tal la comida del restaurante?

– No me gustó nada.

– ¿Estaba mala?

– ¿Mala? Mala no, lo siguiente.

… yo pienso: ¿qué es lo siguiente?, ¿asquerosa, repugnante, repulsiva, repelente, nauseabunda, vomitiva o infecta?

NO A LA INTRIGA CON LOS ADJETIVOS

 

Arroz amarillo

Qué gran poder aquel que consiste en enseñar un idioma. Además de manera natural, como lo hacen los padres. Transmiten a sus hijos, ni más ni menos, la forma en la que pensarán y se expresarán durante toda su vida. No creo que mi madre tuviera esto en cuenta cuando me hizo aprender nombres como “arroz amarillo”. Porque yo hablaba con mis amigos y, completamente seguro de que me entenderían, les decía que tal día yo había comido arroz amarillo. Entonces ellos arrugaban los ojos extrañados y me preguntaban: “¿Paella?”. A lo que yo respondía “No, no, arroz amarillo”.

 

Con el paso del tiempo comprendí que “arroz amarillo” no significaba lo mismo para mí que para el resto de la humanidad. Y, poco a poco, fui perfeccionando la explicación que acompañaba al arriesgado acto de informar a alguien de que había comido -o iba a comer- arroz amarillo: no es paella, es un arroz que hace mi madre en la olla. Lleva cebolla, atún, etc. En mi familia lo llamamos “arroz amarillo” y por eso yo también lo llamo “arroz amarillo”.

 

Asumí la diferencia de significado, creyendo además que en el futuro no pasaría lo mismo con otros nombres ajenos al círculo familiar. Mi sorpresa fue terrible cuando, siendo adulto, descubrí que la confusión podía darse con cualquier palabra: adjetivos, sustantivos, verbos, determinantes, conjunciones, adverbios, preposiciones e interjecciones. Todas y cada una de ellas están sujetas a la libre interpretación del hablante y del oyente. Es el talón de Aquiles del lenguaje, causante de que la palabra “lámpara” provoque imágenes distintas en la mente de cada uno de nosotros y active diferentes recuerdos. El punto débil de la comunicación que induce a los seres humanos al caos de la certeza individual y la ignorancia colectiva. La solución falsa a la Torre de Babel que nos lleva a seguir discutiendo cuánto dura “un rato”, qué es “justicia” o dónde está el límite entre “pedir” y “exigir”. A la vez, la bandeja en la que se nos ofrece la oportunidad única de encontrar a alguien que comparta nuestros significados (no nuestras palabras), alguien que sepa por qué reímos o por qué miramos. Alguien cuya imaginación ocupe el mismo lugar que la nuestra en el desierto del lenguaje.

Palabras que han perdido su significado. Hoy: demagogia

Hay palabras que, de tanto usarlas cuando apetece en lugar de cuando es apropiado, ya no sabemos qué significan. Demagogia es una de ellas. Cada vez que un tertuliano sulfurado la utiliza en algún debate de la tele, tengo que hacer un esfuerzo y recordar su verdadero significado para no resultar contagiado por la fiebre demagógica.

La verdad es que queda bien decirla. Demagogia es al lenguaje formal lo que hijo de puta al lenguaje informal. Si quieres insultar con estilo, casi como si lo hicieras en francés, di: “¡eso es demagogia!” o mejor aún: “¡demagogo!” Es lo más chic dentro de los insultos cultos.

Pero vayamos al significado real. El diccionario de la RAE dice:

1. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.

2. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.

Ahora veamos algunos ejemplos de lo que es demagogia y lo que no:

Ejemplo 1:

Amigos, gracias por leer este blog. Yo sé que estáis ocupados porque trabajáis duro para dar de comer a vuestros hijos, pero gracias a vuestra capacidad de superación y tenacidad, sois capaces de sacar unos minutos de vuestro tiempo y visitarlo. Esto es demagogia.

Ejemplo 2:

Eres más guapa que un remolque recién pintado. Esto no es demagogia.

Ejemplo 3:

Si no visitas mi blog me sentiré muy mal. Esto es chantaje emocional.

Ejemplo 4:

Si no visitas mi blog mataré a tu perro. Esto es chantaje animal.

Ejemplo 5:

Yo sé cuánto queréis a vuestros hijos y lo importante que es su educación para vosotros, por eso, voy a privatizar la universidad. Esto lo diría un demagogo.

Ejemplo 6:

–    Me gustan tus pantalones
–    ¿Si? Son nuevos.
–    ¡Hala! Déjame pedir un deseo.
–    ¡Vale!

Esto es una costumbre estúpida.

¡Hasta aquí el primer capítulo de esta nueva sección! (¿Os esperabais un final más elaborado? Ya, yo también).