Es raro que todavía no haya comentado nada sobre el perro. Supongo que es porque estoy jodidamente un poco harto de ocupado con las cadenas que me atan responsabilidades asociadas a una vida adulta que llegó tarde la vida normal.
Pero vamos al perro.
El perro de los vecinos se llama Ocho, un nombre que para su desgracia, no le ha traído mucha suerte. Y es que la fortuna lo abandonó justo en el momento de su nacimiento, cuando sus dueños, en lugar de ver un animal, vieron un número. Así, ya desde cachorro, los salvajes de sus amos empezaron a tratarlo como un triste y desalmado… 8. Es decir, ¿alimentarías a un número?, ¿sacarías a pasear a un número? ¿Querrías que un número se relacionara con otros números? ¿Tirarías un palo a un número para jugar con él?
Supongo que el ladrido desesperado de ese número que poseen les extraña y son incapaces de entender la llamada de socorro. Creo que la rabia que transmite esa abstracción gritona les descoloca, ¿cómo va a sufrir un número? se preguntan. Mientras, Ocho, más humano que sus dueños, aguanta el invierno solo, persiguiendo pájaros, refugiándose de la lluvia en su caseta o tumbándose para tomar un sol poco frecuente. Es entonces cuando, así tumbado, a ojos de sus dueños, se convierte en el infinito. «Qué bien, tenemos al infinito como mascota» piensan. Y ese pensamiento rellena, apenas, el vacío inabarcable que alberga su cabeza.
Pero los vecinos no sólo creen tener un número -o un infinito- como mascota. Ellos mismos, al mirarse al espejo, ven números. En concreto el uno (1), el nueve (9) y el siete (7), los tres más antropomorfos. Además, comen ceros fritos, observan treses grises de lluvia en el cielo, se sientan en cuatros, dicen «no comas tanto, que te vas a poner como un cinco» y, en fin, ven todo así, a través de unos seises graduados a medida.
Espero que algún día su fantasía colapse para siempre. Que un caos de números irracionales les traigan de vuelta a nuestro mundo, emotivo y sin sentido. Que los números complejos restablezcan la conexión razón-emoción y fluya de nuevo el conflicto y la armonía características de los humanos. Que los números fraccionarios quiebren su espejo para que, al final, los números imaginarios los saquen de su mundo imaginado.