Por Belén Martínez Avidad, coordinadora de los Talleres Sinapsis.
…un aula mágica con paredes invisibles desde la que se podía ver el cielo, escuchar el viento y percibir la suave fragancia de la hierba que yacía a nuestro alrededor. Este aula recibía el nombre de Sinapsis.
El profesor, un gusanillo muy listo que había terminando dando clases en este maravilloso lugar, compartía la afición de tocar la guitarra con la de escribir relatos. Hoy la clase, la cuarta en Sinapsis, iba de esta segunda afición.
Ocho participantes se presentaron decididos a sumergirse en la tierra de las letras y en el mundo de la imaginación. Pero pronto descubrieron que las canciones, los videoclips e incluso las fotos nos cuentan su propia historia. No sólo hay un tema y un enfoque sino que cada uno pone en ellas sus sentimientos y pensamientos.
Uno de los ocho participantes, una guapa modelo americana, opinaba sobre un post de Automatics:
anoche a las 10 quedé con mi chico para hablar por internet
5 minutos antes sentí la necesidad de correr al baño a lavarme los dientes
La modelo explicaba que el texto le trasmitía inseguridad y enamoramiento. Sin embargo, otro de los asistentes, un cultivador de marihuana hippie, comentaba que a él le sugería infidelidad y desconfianza.
Además, el cultivador, opinaba sobre esta foto de Sandra en la aparece un reloj y una estación de ferrocarril. Decía que le sugería soledad y la idea del cielo y del infierno. No obstante, a Olivia (la de Popeye), le parecía que la foto hacía referencia al paso del tiempo, a las oportunidades que pasan en la vida, concibiendo los trenes como un símbolo de esta idea.
Hemingway pasó por allí y nos dejó las normas de su decálogo del buen escritor. Una de ellas dice así: mézclate estrechamente con la vida. Si no tenemos experiencias no tenemos la posibilidad de escribirlas.
Más tarde, el profesor apareció con una bolsa llena de juegos con los que dar rienda suelta a la fantasía. Otro de los participantes, Hugh Grant, pintaba dibujos inexplicables. Una aladina con trenzas imitaba gestos divertidos y alocados para enseñar al resto personajes fantásticos y un bohemio escritor explicaba palabras en clave. En este aula mágica, todo el mundo reía, imaginaba y participaba.
Y llegó el momento cumbre, el profesor abrió el cofre de los ingredientes (los personajes, los lugares, los pensamientos, objetos…) y de las técnicas literarias (romper la cuarta pared, deus ex machina, metaficción, giro de guién, flashback, etc.) y creamos dos grandes historias, la de Jacinto y la de Tomás Turbado. En ellas había amores, espionaje, persecuciones de coches, bailarines, identidades desconocidas y descubrimos gracias al gusanillo las diferentes partes de una historia, la importancia de los ingredientes y los recursos literarios más utilizados en los relatos.
La tarde acabó y todos nos fuimos felices y comimos perdices.